Publicado en El Espectador, Enero 22 de 2015
Columna después de los memes
“La libertad y la
risa se han hermanado en la tradición europea durante siglos y juntas han
proclamado que el derecho a ridiculizar es precioso”.
La anotación es del
historiador Simon Schama para quien la sátira oxigenó el debate inglés en el s.
XVIII. “La carcajada saludable resonaba en cafés y tabernas con las caricaturas
diarias”. James Gillray fue tan popular que su editora alquilaba álbumes suyos
por días. Todos disfrutaban al primer ministro con forma de hongo surgiendo del
estiércol, o a la reina con senos caídos tratando de seducir al canciller. Esa
tradición pasó a Europa y América hasta llegar a Charlie Hebdo.
Yo vivo agradecido
con Wolinski, Cabu y los de Harakiri, “revista estúpida y malvada” porque
conocer esa izquierda irreverente y mamagallista, que además disfrutaba la
vida, me liberó del trascendental mamertismo colombiano, con lecturas
insufribles, resentimiento, sacrificio, autoritarismo, superioridad moral y
condescendencia asimétrica con los violentos. Esas cualidades permanecieron, hasta
reverdecieron. Indignados con el “no estarían recogiendo café” reaccionaron
ante el atentado en París con “se lo buscaron”. No provoca ridiculizar tamaña
incoherencia, que da grima. Y mejor ahorrarse las réplicas paternalistas y
eruditas a los chistes, otro tic mamerto.
Los interesados por
mi colección de Harakiris eran compañeros del Liceo Francés. No era sólo
cuestión de idioma. Como su pedagogía, el humor de los franceses no es siempre
amigable, pero ayuda a identificar debates serios. El Canard Enchainé, periódico
satírico, no es simple mamadera de gallo. Revisando carátulas de Harakiri encontré
una de hace 40 años con plena actualidad: una trans exhibicionista con cirio y
atuendo religioso, “Escándalo por hostias con hormonas. ¡Niña cambia de sexo el
día de su primera comunión!”. Me reí un buen rato, la comenté con dos amigos y
hasta ahí llegó. Si se publicara en Colombia algo así, la reacción, fofa y
predecible, sería “¡homófobo!”. Temas interesantes y huérfanos de debate, como
los LGBT, están bajo una coraza que erradicó no sólo la risa sino la
controversia, con la disculpa de que, estando todo clarísimo, se pueden herir
susceptibilidades.
Charlie Hebdo
surgió de la censura a su antecesor por recordar que un muerto, Charles de
Gaulle, no debía ser más relevante que 147 personas calcinadas recién olvidadas.
Como no acepta publicidad, las dificultades financieras han sido constantes. El
semanario post masacre, con una primera edición agotada de cinco millones de
ejemplares, no será ni sombra de lo que fue. Lo aplacarán las masas que se lo
fagocitaron. Imposible saber cuanto durará la moda pero serán muchísimos lectores
adicionales. Y ante esa multitudinaria nueva clientela, Charlie Hebdo suavizará
la sátira. Espero estar equivocado.
A los censores
tradicionales, enemigos de Charlie Hebdo, los reemplazó una nueva censura,
informal y difusa, de activismos seudoprogresistas que tampoco lo aguantan. Además
de estigmatizar el humor, impusieron restricciones al vocabulario, a las
formas, a la historia y a la información incómoda. Elaboraron una cartilla del
qué opinar, el cómo decir y el qué callar. Amorosamente, protegen minorías y
marginados de odios, fobias, indiferencia y chistes. Pero desprecian o insultan
opositores, y promueven linchamientos virtuales sin agüero. Con el comodín del
matoneo, que va desde mirada fea hasta violencia física, magnificaron los
perjuicios de la burla para instaurar un equivalente al delito de blasfemia. Ya
está casi maduro el manual de caricatura correcta con el visto bueno de alguna
universidad norteamericana.
La reacción de la
vieja guardia ante la masacre fue desafiante. “Nos vomitamos sobre quienes,
súbitamente, dicen ser nuestros amigos”, comentó Willem, que se salvó por
casualidad. Pero los demás sobrevivientes, dócilmente, se dejaron entrevistar
para un programa televisivo de audiencia masiva: “estos días los pasamos en el
corazón de Charlie Hebdo. En su sala de redacción vimos cómo encontraron las
fuerzas para sacar este número”. También hablaron personas que hicieron fila de
madrugada para comprar un periódico que jamás hubieran leído. Sería triste e
irónico que ese bastión del humor libertario, malherido, lo acallara un enemigo
acérrimo del fundamentalismo, el mercado.
Quedé atónito con
la izquierda que pretendió enseñarnos que no debe haber unos muertos más
importantes que otros. Ni siquiera son originales: para burlar la censura a ese
mismo mensaje nació Charlie Hebdo. No fueron capaces de entender que los millones de personas manifestando
no lloraban unos desconocidos sino que defendían unas ideas, en las que toca insistir.
“Je suis Charlie”, “Yo no soy Fernanda del Carpio”, que se indignaba con la
irreverencia, fingía que ignoraba la verdad y tenía “la tortuosa costumbre de
no llamar las cosas por su nombre”. Al carajo con todas las censuras.
Schama, Simon (2015). “Liberty and laughter will
live on”, Financial Times, Jan
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