Columna después de las gráficas
Fuera de la molestia con Charlie Hebdo, las distintas facciones de la izquierda colombiana comparten la tirria contra los ricos.
Los capitalistas evaden impuestos, heredaron todo, son insensibles, furibistas, depredadores, financiaron paras, compran periodistas, sobornan políticos y forman carteles. La caricatura es burda, salvo en el punto complejo y poco debatido de la tributación. Excluyendo algunos tecnócratas, a la colcha de retazos tributaria nadie le mete el diente. La izquierda no domina el tema, y menos con una visión global. Persiste la visión del rico avaro que debe cubrir sin chistar el déficit fiscal. Aduciendo corrupción y despilfarro, muchos ricos se dedicaron a obtener exenciones y decidir cuánto pagan con "planeación tributaria". Ante la informalidad y la baja capacidad represiva se aumentan las tasas nominales, sancionando a los que sí pagan. Paradójicamente, el bajo recaudo se da con un aumento absurdo de demandas al fisco, para que respondan los McPato. La izquierda casi se regodea con las indemnizaciones a cargo del erario y preguntar quien asumirá el costo de algún derecho es una ofensa neoliberal. No hay prioridades, toca gastar sin condiciones: becas con requisitos son trampas que los beneficiarios deberían rechazar indignados. El Estado Social de Derecho es magnánimo y con recursos ilimitados. Como Europa socialista en crisis, pero sin los euros.
La reforma rural habanera trae una perla que ilustra esa irresponsabilidad fiscal que refuerza la evasión: "el Gobierno se compromete a asegurar la financiación de todos los compromisos derivados del presente acuerdo”. Y faltan las víctimas. Unos pocos funcionarios herméticos nombrados a dedo podrían comprometer gasto público por años, pero eso no incomoda.
Lograr que los ricos tributen más para aliviar la carga sobre la clase media es una preocupación mundial: el capital ya escoge dónde y cuánto tributar. Aún así, persisten un par de ventajas de los ricos, adicionales a los pocos impuestos que pagan. Exceptuando ciertas actividades extractivas o especulativas y concesiones grotescas como las zonas francas, el dinero invertido por un rico tiene un efecto socialmente benéfico. Existen divergencias en cuanto al monto pero no sobre el hecho que la inversión financia innovación que revierte en provecho de todos. Dean Baker, economista de izquierda, estima que por cada dólar invertido la sociedad recibe cinco. Al lado de sus beneficios sociales, las ganancias de empresas como Google, Twitter o Facebook son una chichigua.
En Colombia, con recurrentes quejas contra los operadores de celular, es preferible tenerlos a que se vayan. Cuando no hay ricos, como en Cuba, la izquierda más rancia sueña que lleguen. William Ospina dicta su lista de opciones y condiciones para que alguien invierta en la isla. Ilustra bien la peculiar relación que la izquierda pretende mantener con los ricos: "nosotros definimos en qué gastar y ustedes pagan".
Los ricos dan ejemplo para que la juventud tome riesgos buscando enriquecerse. Si no es criminal, ese “apetito de riqueza” genera desarrollo, incluso en la China comunista. “Faltan jóvenes franceses que quieran hacerse multimillonarios” señaló hace poco un ministro socialista. Tiene razón cuando la alternativa del político o servidor público como guía es cada vez más escasa y menos ejemplar. El efecto demostración es insuficiente para aliviar la pobreza y la desigualdad, pero cualquier esfuerzo redistributivo necesita ricos que paguen impuestos.
Mecenazgo y filantropía escasean en Colombia. Es tal vez otra consecuencia del discurso de la izquierda, que aún no define unos ricos "deseables” diferentes de amigos y familiares. Las donaciones responden a la zanahoria pero no al garrote y hacia allá debería evolucionar la estrategia política y tributaria con los ricos, más de reconocimiento y cooperación que de desprecio y confrontación. Dialogar es útil no sólo con la guerrilla. La izquierda parece más dispuesta a "construir país" con unos comandantes secuestradores que con empresarios evasores o hasta con quienes han pagado sus impuestos, algunos rescates, y financiarán la paz sin que su opinión cuente mucho.
No es casualidad que los grandes filántropos sean gringos. Allá también tributan a regañadientes, sabotean el gasto social y la desigualdad es enorme, pero los ricos son apreciados, hasta admirados, y algunos responden. Como saben de impuestos, deben sonreír con el idealismo de Piketty, izquierdista ingenuo que propone gravar más los capitales en una economía globalizada, con paraísos fiscales, competencia internacional por inversionistas y sin soberano universal que obligue a tributar. Aumentarles los impuestos a los ricos ha sido una preocupación tan ancestral como la agricultura o el comercio. El arte es saber cobrarlos, sobre todo en un mundo sin fronteras.