“Los estudios han mostrado que la situación ideal para un menor es ser criado por una pareja de un hombre y una mujer casados”, sentenció el presidente Bush hace diez años.
Para los creacionistas, la justificación de la familia nuclear está en el Génesis (2,24): “dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne”. Su defensa, sin embargo, no es siempre un arranque de religiosidad. En el 2005 la Corte Suprema norteamericana confirmaba la opinión de un panel de jueces de apelación para quienes “la sabiduría acumulada por varios milenios de experiencia humana” ha demostrado que “la estructura óptima familiar para criar hijos es la de una mujer y un hombre casados entre sí”.
Desde las antípodas del creacionismo, Charles Darwin opinaba que para la supervivencia la mejor opción había sido la familia con padre cazador y madre recolectora encargada de los hijos. “Los hombres más capaces tuvieron éxito como protectores y proveedores de ellos mismos, de sus esposas y de sus hijos”. Su lógica era que los buenos cazadores -los machos con cerebro más grande- debidamente apoyados por una madre, fueron los que mejor lograron transmitir sus genes.
La noción de la familia monogámica como el arreglo más natural no es un simple dogma de parroquia. La llamada “hipótesis del cazador”, ha sido una de las ideas más durables e influyentes de la antropología evolutiva. En el meollo de la teoría está un “contrato sexual”: el cazador trae a la familia la proteína necesaria para la larga crianza de los infantes a cambio la fidelidad de una mujer. El arreglo le garantiza al proveedor invertir sólo en su propia prole.
En un libro del 2002, dos profesores de la escuela de negocios de Harvard afirman que “el apareamiento monogámico y las familias nucleares fueron dominantes a lo largo de la historia humana en las sociedades cazadoras-recolectoras”. Argumentan que “la explicación más directa para la tendencia hacia la monogamia es que las hembras humanoides más inteligentes se juntaron con machos cuasi chimpanzés y los transformaron en esposos amantes y padres con verdaderos valores familiares”. En el 2003, la revista Newsweek masticaba y divulgaba el estado del arte. “Desde tiempos remotos … las mujeres han sido programadas para buscar un parejo proveedor de la familia”.
Sólo en la última década la hipótesis del cazador empezó a debilitarse. Tanto la paleontología como la etnografía de sociedades contemporáneas preagrícolas señalan que el padre primitivo proveedor es una figura mítica. No sólo porque cualquier cazador tendría dificultades para satisfacer individualmente las necesidades alimentarias de su familia sino porque podría ser un zángano, un oportunista, o desviar recursos hacia otras mujeres. A lo largo de la historia, y en buena parte del mundo, las necesidades de los hijos han superado lo que un padre corriente ha sido capaz de suministrar, o ha estado dispuesto a aportar.
Hrdy, Sarah (2009). Mothers and Others. The Evolutionary Origins of Mutual Understanding. Harvard University Press
Lawrence, P.R & N. Nohria (2002). Driven: how human nature shapes our choices. Boston: Harvard Business School Press