Liliana recuerda que una mañana al salir a comprar lo del desayuno “me encontré con un camión del que bajaron dos hombres armados y me dijeron simplemente: súbase. Eso fue todo”. Al día siguiente en el campamento comprendió que no era la única menor reclutada. Ahora, “éramos parte de la guerrilla de las Farc … Acababa de empezar mi pesadilla. Cinco días después el comandante del campamento me violó”.
Anne Phillips, periodista de Foreign Affairs cuenta la historia de Atena, maltratada con frecuencia por su hermano. Tras una golpiza se escapó de la casa y llegó a un pueblo en donde Paco, un amable viejito, se le acercó para ofrecerle protección y aventuras si lo acompañaba a una finca. A las dos semanas, Atena supo que no podría irse de allí aunque quisiera. En ese momento no le importó. Al fin y al cabo su mamá nunca la defendió de las muendas y nadie la había invitado a un helado como hicieron los guerrilleros que estaban en la finca. Eso sin hablar de la posibilidad de integrar una nueva familia que prometía igualdad de género.
Atena se demoró en hablarle a la periodista de sus actividades nocturnas en el campamento, específicamente de sus obligaciones sexuales. “La mayoría de las mujeres reclutadas, independientemente de su edad, se ven obligadas a atender a los guerrilleros, en un esfuerzo por mantener la moral de la tropa y evitar el riesgo de seguridad que implican las aventuras amorosas con civiles”.
El caso no es excepcional. Así lo sugieren los resultados de una investigación de la Fundación Ideas para la Paz (FIP) basada en una encuesta a ex combatientes y próxima a publicarse. Buena parte de las desmovilizadas se iniciaron sexualmente, siendo niñas, en el grupo armado. El 43% de las mujeres ingresaron vírgenes a la organización, y entre estas, una mayoría lo hicieron antes de los 13 años. El fenómeno es más notorio en la guerrilla que en los paramilitares. En el ELN, por ejemplo, el 63% de las mujeres eran vírgenes al vincularse, en las FARC el 55% y en las AUC el 14%.
Si el reclutamiento de infantes fuera siempre forzado, como el de Liliana, tal vez sería más fácil saber cómo reaccionar –con fuerza pública y fiscales- que ante una vinculación como la de Atena, que vio en el grupo armado un eventual refugio contra la violencia en su hogar. Refiriéndose al levantamiento de los nasa, Salud Hernández anota que “es la región donde más menores de edad reclutan las Farc, sobre todo niñas, debido al maltrato y abusos sexuales que sufren en sus familias”.
Tan sólo el 9% de las desmovilizadas señala como principal razón para haber entrado al grupo armado la fuerza o el engaño; un 23% lo hizo buscando poder o protección –de las cuales, en el campo, casi las dos terceras partes huían de la violencia en sus hogares- y el 17% por puro gusto: por las armas, porque pensaron que sería una aventura, por tener conocidos en el grupo o por amor y amistad.
No siempre el encargado de pescar las menores que se han volado de la casa es un anciano querido como Paco. Parece haber procedimientos más generalizados y sistemáticos de seducción. Varios datos de la misma encuesta apuntan en esa dirección. El abandono escolar, un factor determinante de ingreso a un grupo armado, difiere entre hombres y mujeres ex combatientes. Mientras la mayoría de los varones señalan que dejaron de estudiar por razones económicas, las mujeres aducen menos esa razón. Casi tan importante (22%) es la mención que dejaron la escuela para ingresar directamente a un grupo armado, un tránsito automático que reporta tan sólo el 6% de los varones.
Una de cada tres desmovilizadas aprendió a usar armas antes de hacer parte del grupo ilegal. Las campesinas, en promedio, supieron disparar dos años antes que los varones. Y mientras para buena parte de ellos el inicio fue el servicio militar, la mitad de las mujeres de origen rural empuñó un arma por primera vez de la mano de un guerrillero. El gancho en las montañas de Colombia parece ser jugar a la guerra.