jueves, 29 de noviembre de 2012
jueves, 22 de noviembre de 2012
Destetarse del conflicto
“Mi adicción es la pandilla” le confesaba un marero salvadoreño a un periodista, revelando escuetamente una faceta de la violencia que no se discutirá en la Habana y es la de la dependencia adictiva, el enganche, que provocan las bandas entre sus guerreros.
Robert Brenneman, sociólogo norteamericano, ha estudiado de cerca la conversión de los pandilleros centroamericanos en hermanos evangélicos. En uno de los mejores libros disponibles sobre maras y pandillas, describe las diferencias entre los pastores protestantes y la iglesia católica para enfrentar la violencia juvenil en la región. Los primeros carecen de personal capacitado y asalariado. No disponen de financiación oficial. Su fuerza se basa en contactos directos y habilidad para relacionarse con los vecinos y jóvenes del barrio. Los programas católicos, por el contrario, están inmersos en una gran burocracia. Las estrategias de rehabilitación de pandilleros difieren sustancialmente. Entre los evangélicos el desafío se descompone en una suma de pequeños logros individuales, como sacar a un marero concreto del grupo que opera en el barrio e impedir que vuelva a caer en la droga, el alcohol o la violencia. El objetivo de las intervenciones católicas es más vago y ambicioso: alterar las condiciones sociales que empujaron a los jóvenes a las pandillas.
El método de los evangélicos para recuperar mareros es similar al que se emplea en otros ámbitos para desintoxicar. Se busca el destete de la adicción, como gráficamente se denomina ese proceso en francés. La médula del programa de los doce pasos de Alcohólicos Anónimos, por ejemplo, es que al ingresar al grupo, con el apoyo de todos, empieza una nueva vida. Entre ex pandilleros convertidos, este afán es explícito en su voluntad de abandonar por completo la vida loca. Sin medias tintas, no se puede ser un poquito menos alcohólico o violento, toca dejar de serlo. “Salir de la pandilla es como si volvieras a nacer”.
Las negociaciones en Cuba tienen un talante más católico que evangélico. Las trascendentales discusiones sobre cambios sociales opacan el punto crítico de la reintegración a la vida civil de esos guerreros que, reclutados cada vez menores, hace rato parecen mareros sin tatuajes. El país cuenta con varias cohortes de adictos al conflicto por las vías más tradicionales y tenaces: dinero, sexo y poder.
La mecánica de plenipotenciarios y equipos de apoyo en la Habana no permite vislumbrar cómo es que las disertaciones sobre desarrollo agrario integral contribuirán a que los violentos logren destetarse. Es mal síntoma no poder siquiera interpretar una tregua o que los líderes farianos vengan ahora con que nunca se excedieron, que no se arrepienten, que no necesitan cambiar.
domingo, 18 de noviembre de 2012
jueves, 1 de noviembre de 2012
La píldora y el acné
REFERENCIAS
Arowojolu AO, Gallo MF, Lopez LM, Grimes DA (2012). "Effet des pilules contraceptives sur l'acné chez les femmes". Cochrane Summaries. http://summaries.cochrane.org/fr/CD004425/effet-des-pilules-contraceptives-sur-lacne-chez-les-femmes
Darroch, Jacqueline, et. al. (2001). "Differences in teenage pregnancy rates among five developed countries: the roles of sexual activity and contraceptive use". Family Planning Perspectives, 33(6): 244-250
Jadoul, P (2004) "La contraception chez l'adolescente". Louvain Médical 123. http://www.md.ucl.ac.be/loumed/V123,%202004/1006-Jadoul.pdf
VVAA (2011). " Guías colombianas para el manejo del acné: una revisión basada en la evidencia por el Grupo Colombiano de Estudio en Acne". Revista de la Asociación Colombiana de Dermatología;19: 129-158.
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miércoles, 24 de octubre de 2012
miércoles, 17 de octubre de 2012
jueves, 11 de octubre de 2012
Celos verdes y celos negros
jueves, 27 de septiembre de 2012
El problema de la tierra, y el del polvo
Antes de morir ajusticiado un guerrillero le manda saludes a Rocío. “¿Es la puta gorda de San Vicente?” le preguntan. “Sí, esa. Ella me gusta … Mejor dicho, dígale que yo la quiero, que qué buena hembra”.
Una mujer del EPL recuerda que las prostitutas eran aceptadas en los campamentos. Era “una manera de preservar y proteger a las masitas”, como se denominaban las jóvenes campesinas en las zonas de influencia de esa guerrilla.
Uno de cada tres de los desmovilizados encuestados por la Fundación Ideas para la Paz (FIP) reporta haber pagado por tener relaciones sexuales antes de su vinculación al conflicto. Como algunos jóvenes ingresan a los grupos armados sin experiencia sexual previa, esta proporción esconde un poco la magnitud del fenómeno. Con relación a los iniciados sexualmente, el porcentaje es un respetable 38%. No se observan discrepancias sustanciales entre los combatientes de origen rural y los urbanos, pero entre los más pobres la proporción es mayor.
El ELN se diferencia tanto de las FARC como de las AUC por reclutar menos varones con experiencia en sexo venal. Como lo sugieren los testimonios, una vez en el grupo la costumbre persiste, con más fuerza entre los paramilitares (57%) que en la guerrilla (18%). Sólo al desmovilizarse la incidencia del sexo pago entre los guerreros se reduce sustancialmente a menos del 10%.
Los encuentros sexuales por dinero podrían no ser simples caprichos personales de los combatientes sino algo más institucionalizado. En el año 2005, la revista Cambio señalaba que en Antioquia y el Eje Cafetero, “los grupos armados reclutan menores que son llevadas hasta Tame, Arauca, y de alli las envían a campamentos para que presten servicios sexuales a los combatientes. Permanecen entre cinco y ocho días, y luego las devuelven a sus lugares de origen”. La encuesta FIP corrobora el escenario de servicios prestados al grupo, no a los combatientes individuales, puesto que las relaciones con prostitutas las reportan incluso quienes no recibían ninguna remuneración regular de la organización.
La proporción de clientes de la prostitución entre los hombres colombianos no se conoce. Una encuesta realizada hace dos años entre estudiantes universitarios arrojó un porcentaje del 6%, varias veces inferior al de los guerreros. En términos internacionales, el peso de quienes compran servicios sexuales entre los combatientes es casi el doble de lo observado para los hombres de los mercados de sexo más activos del planeta, los países asiáticos. En Tailandia, por ejemplo, supuesta meca del comercio sexual, tan sólo el 24% de los hombres encuestados por un fabricante de preservativos reporta haber pagado por tener relaciones sexuales. En Vietnam, líder mundial, la cifra es del 34% y en la China del 22%, casi la mitad de la de los insurgentes colombianos. En Alemania y Holanda, donde la prostitución no tiene ninguna restricción, la fracción alcanza apenas el 6%, similar a la de los universitarios nacionales.
Así, al igual que los narcotraficantes, los guerreros constituyen uno de los segmentos más pujantes de la demanda por servicios sexuales en Colombia. Desde la perspectiva de las organizaciones esto no sorprende: la prostitución para atender ejércitos es tanto universal como milenaria. Un dato interesante de la encuesta a desmovilizados es que la afición por el sexo venal se observa desde antes del ingreso de los jóvenes al grupo armado. El mejor predictor de un guerrillero o paramilitar acudiendo a una prostituta es haber tenido esa experiencia antes del reclutamiento. Sea cual sea la visión que se tenga sobre los clientes del sexo pago sería conveniente no ignorar esa característica de los jóvenes que se vinculan al conflicto, ni tampoco el hecho que las organizaciones armadas ilegales parecen haber desarrollado mecanismos para atraerlos, puesto que allí se concentran de manera considerable.
Por lo que se deduce de las conversaciones preliminares a la mesa en Oslo, un tema tan ligero no llamará la atención de los negociadores, ocupados en cuestiones de mayor trascendencia política. Pero de pronto, para entender mejor el conflicto y comenzar a desmontarlo, podría ser útil sumarle al debate sobre el endémico problema de la tierra algunas reflexiones sobre este intrigante asunto del polvo.
Una damisela del conflicto, la geisha paisita, tiene su teoría sobre por qué en los grupos armados siempre hay clientela fija: “los combatientes también necesitan el aliciente del amor para pelear con valentía”.
jueves, 20 de septiembre de 2012
Sin mujeres en la mesa de negociación
Acompañado de Michelle Bachelet, el presidente Santos anunció recientemente la nueva política de equidad de género. Días después afirmó que las mujeres “participarán activamente en el proceso de paz”. Sin embargo, el grupo responsable del diálogo es de puros halcones. Ni una paloma. En el evento político del cuatrenio las mujeres estarán entre la retaguardia y borradas del equipo negociador.
Incomoda que, con la compañera de Tirofijo en una rueda de prensa, hasta las FARC le hayan dado más protagonismo a las mujeres que el gobierno. Si no hubo inspiración con la filosofía de la ley de cuotas, han debido observarse las directivas del Consejo de Seguridad de la ONU para incrementar la participación femenina en todos los niveles de las decisiones conducentes a la solución de conflictos.
Luego de revisar los documentos de los procesos de desmovilización durante los noventa, dos investigadoras concluyen que “en la mesa en que se trama la paz, la voz de las mujeres no parece haber estado presente. Ni su voz ni ellas mismas”. Del total de firmantes 280 son hombres y sólo 15 mujeres. En los acuerdos con seis grupos insurgentes, no hay sino una mujer guerrillera como signataria. Quienes los suscribieron en representación del gobierno, como veedores o testigos fueron sólo varones.
Parecería vigente el principio enunciado hace unos años por un colombiano experto en diálogos: “la guerra es entre hombres y las soluciones a la guerra tienen que ser entre hombres”. Ese, precisamente, es uno de los errores para no repetir. De partida, se trata de una gran imprecisión: el conflicto colombiano dejó de ser sólo masculino. Entre las personas desmovilizadas de siete grupos guerrilleros en los años noventa una de cada cuatro era mujer.
Se extrañan negociadoras en la mesa porque la simple presencia femenina facilitaría el proceso. Con razón se ha dicho que un requisito para acordar el fin de la guerra es convencerse de la imposibilidad de ganarla. Un problema esencial de los hombres en las confrontaciones es su terca y visceral pretensión de que serán vencedores. La lógica femenina ante los conflictos es diferente: más que ganarlos se busca evitarlos.
En la encuesta a desmovilizados de la Fundación Ideas para la Paz, es diciente una discrepancia por género. Aunque la pregunta que se hizo acerca de si “en algún momento sintió que iban a ganar la guerra” se refería al grupo, no al individuo, sistemáticamente las mujeres fueron menos optimistas sobre la posibilidad de vencer que los hombres. Entre excombatientes de las guerrillas, ser mujer disminuye casi a la mitad y de forma estadísticamente significativa los chances de haber pensado que podían ganar la guerra. El impacto de sentirse asediado por la fuerza pública es inferior a este nítido efecto género.
En un proceso tan cargado de simbolismo -en últimas se busca que unos comandantes cuasi retirados den la orden de liquidar una marca de franquicias- sería útil enviarle a quienes dejan las armas una señal clara sobre los avances de las últimas décadas en la situación de la mujer. Es por ahí que más se añora una figura femenina en el equipo oficial de negociadores. A pesar de la retórica igualitaria, el camino desde las montañas de Colombia hasta la equidad de género es largo y tortuoso. Según una excombatiente, “en la guerrilla, más que una mujer muy abeja que sabía pensar, yo sólo les servía para cocinarles, para la hamaca, para llevar a un muerto, para informar los movimientos del enemigo, y tenía que decir que sí y callarme”. Incluso cuando se logra algo de representación política femenina, los roles persisten. Una desmovilizada anota que “en la negociación política vuelven a la cocina, a hacer la comida y a lavarles la ropa a ellos … A mí que era vocera me desinformaban para que no llegara a las ruedas de prensa”.
La experiencia de diálogos anteriores y en otros países sugiere que cuando los temas de género no se abordan desde el principio explícitamente y sobre todo por mujeres, luego quedan excluídos de la agenda y de los programas post-conflicto. Este punto es crítico en Colombia para las eventuales desmovilizadas, con alto riesgo de exclusión y discriminación. Luego de varios talleres con excombatientes se encontró que la experiencia en la guerrilla puede ser un factor de respeto para ellos pero de desprestigio para ellas. Los padres que se fueron a la guerra dejando a sus hijos regresan como héroes, las mujeres como madres que los abandonaron. El rechazo es tan extendido que surge de donde menos se espera. “Yo sí he sufrido la estigmatización de parte de las mujeres feministas; a ellas les parece pavoroso que uno haya estado en la guerra … hay un poco de ¡qué pereza las guerreras!”.
jueves, 6 de septiembre de 2012
Un libro, por favor un libro
Al leer el documento acordado por el gobierno con las FARC cualquiera pensaría que en la guerrilla colombiana se discuten permanentemente, y con seriedad, una amplia gama de temas políticos, económicos, sociales y agrícolas. Si al ambicioso texto se le suma el escenario de las negociaciones, surge la tentación de imaginar una reedición de los barbudos de la Sierra Maestra o, como ya se ha sugerido, de los rebeldes urbanos del M-19, tan cercanos a Cuba.
La realidad del debate dentro de los grupos armados colombianos es más pedestre, y presenta peculiaridades. Por un lado, las discusiones políticas son básicamente para las mujeres y en particular para las reclutadas cuando niñas. De acuerdo con la encuesta a desmovilizados de la Fundación Ideas para la Paz (FIP), las combatientes asisten en promedio unas treinta veces más al año que los hombres a reuniones en las que se habla de los objetivos políticos del grupo o de su ideología. Además, los reclutados con menos de 13 años les tocan cuatro veces más reuniones que a los mayores.
La segunda particularidad de estas reuniones políticas en las montañas de Colombia es que son, principalmente, para quienes no reciben ninguna remuneración por parte del grupo armado. La misteriosa incompatibilidad entre un estipendio y el debate político es mucho más marcada entre las mujeres. Mientras una guerrillera que reporta no haber recibido ningún ingreso regular asistió en promedio a 180 reuniones cada año, algunas mujeres a quienes las FARC o el ELN les pagaron regularmente más de un salario mínimo fueron a una sesión bi mensual.
Sobre el contenido y la calidad de estas reuniones, Eloisa * da algunas pistas. “Bueno, yo escuchaba, no leía. Estudiábamos la vida del Che Guevara como el hombre nuevo … lo estudiábamos por su compromiso con una causa: la causa noble de la revolución para la construcción del socialismo. Y por su desinterés”.
Un amigo, aburrido con el rollo, le recomendó a Eloisa que buscara un libro de otra cosa y hablaban después. Ella, que acababa de ver su primera película, quedó preocupada. “Yo creía que la guerrilla estaba en todo el mundo y cuando me di cuenta de que no era así pensé que, definitivamente, mi cabeza estaba llena de aserrín”.
Al volver a casa buscó afanosamente un libro, cualquier libro. “Esa misma tarde empecé a preguntar quién tenía uno. Nadie, pero nadie tenía un libro en el pueblo. Creían que me había vuelto loca”. Por fin le sugirieron que en la parroquia podría encontrar algo. El padre Domingo no salía de su asombro. En todo el tiempo que llevaba en el pueblo nadie le había hecho tan insólita solicitud. No desaprovechó la oportunidad y le endosó la vida de un santo. También le recomendó ir a la biblioteca de Neiva, aclarándole que se trataba de un lugar en donde había muchos libros. “Uno va allá, pide el que quiera y se lo prestan”.
La encuesta FIP y el testimonio de Eloisa permiten sospechar que más que debate, lo que se da actualmente en los grupos armados es simple adoctrinamiento para párbulos, virtuales analfabetas, tal vez con herramientas pedagógicas similares a las utilizadas para atraerlos a las filas. “La música de los niños, de los jóvenes y de los más viejos son canciones guerrilleras y canciones de narcos. Punto”.
No sorprende que los combatientes reclutados después de la adolescencia asistan poco a las reuniones políticas. Y tampoco sorprende la alegría de Eloísa cuando, ya reinsertada, la bibliotecaria de Neiva le recomendó sus primeras lecturas: El sapo enamorado, El cocuyo y la mora y Yoco busca a su mamá.
Para las sesudas discusiones que se inician, y como contrapunteo al último hit, "Ay, me voy para La Habana, me voy para conversar la suerte de mi nación", es posible que los anfitriones, tan buenos pedogogos, quieran acompañarlas con algún coro escolar entonando a Carlos Puebla: “pero la reforma agraria va, de todas maneras va … y se acabó la diversión, llegó el comandante y mandó a parar …”
jueves, 30 de agosto de 2012
El demonio a veces está en casa
Texto de la columna después de la gráfica
Castro Caycedo Germán (2011). Más allá de la noche. Bogotá: Planeta
Pinzón Paz, Diana Carolina (2009) “La violencia de género y la violencia sexual en el conflicto armado colombiano: indagando sobre sus manifestaciones” en Restrepo, Jorge A. David Aponte (2009). Guerra y violencias en Colombia. Herramientas e interpretaciones. Bogotá:Universidad Javeriana
jueves, 2 de agosto de 2012
Pobreza, celulares y conflicto
"La pobreza fue el factor que impulsó a la mayoría de estos jóvenes a formar parte de la guerra" sentencia sin titubeos una persona experta en el conflicto. En el mismo artículo, sin embargo, ofrece el testimonio de José que no concuerda con tal afirmación.
Según la encuesta a desmovilizados de la Fundación Ideas para la Paz la principal razón aducida para haber ingresado a un grupo armado es, en efecto, económica. Sin embargo, la hipótesis materialista no ayuda a explicar las diferencias por género, por lugar de origen y por tipo de organización entre los jóvenes vinculados al conflicto. Mientras la mitad de los hombres provenientes de zonas urbanas anotan que lo hicieron por razones económicas, tan sólo una de cada cinco de las mujeres campesinas –el grupo más vulnerable- menciona esa motivación. Además, los grupos que acogen jóvenes buscando mejorar sus ingresos son básicamente los paramilitares (56%), no la guerrilla (16%). También son paras los que pagan un estipendio por combatir, algo poco común en lo grupos subversivos.
Un indicador de la riqueza familiar basado en las características de la vivienda reportadas en la misma encuesta no muestra, para las mujeres ex combatientes, ninguna relación entre la pobreza y la militancia. Las del nivel alto mencionan razones económicas tanto como las más pobres. En los hombres si se da una relación, pero contraria a la esperada: al disminuir la riqueza se hace menos frecuente la alusión a las motivaciones materiales.
Para el primer contacto con el grupo armado no se observan diferencias apreciables por género pero sí entre guerrilla y paramilitares. Más del 40% de los desmovilizados de la insurgencia señalan que el acercamiento inicial provino del grupo. Entre los ex combatientes de las AUC la proporción se reduce al 20% y ganan importancia tanto los familiares o amigos ya en armas como la iniciativa de la persona desmovilizada.
Cuando el acercamiento provino de los combatientes sí se observa una incidencia de la pobreza. Las organizaciones ilegales son las que siguen el guión de las causas objetivas del conflicto: a mayor precariedad es más probable que el reclutamiento se haya dado por iniciativa del grupo.
Por el contrario, si la vinculación fue buscada por la persona desmovilizada o por su entorno -familia o amigos- el mayor nivel económico incrementa los chances de unirse al conflicto. Así ocurre con la guerrilla o los paramilitares y el efecto es más nítido en las mujeres. Mientras el 37% de las más pobres dicen haber tenido la iniciativa para la guerra, entre las del quintil más alto el porcentaje sube al 63%.
Hay una alta proporción de jóvenes previamente entrenados en el manejo de armas. A veces, el asunto se inicia como diversión. “A los 12 años me gustaba llegar de la jornada de trabajo y ser parte de alguna de las bandas que teníamos con mis amigos: hacíamos pistolas con palos y caucheras, nos vengábamos de los que considerábamos nuestros enemigos y, a veces, dejábamos amarrado en un árbol a algún niño que nos cayera mal. Era un juego. Eso pensábamos, hasta que los paras nos vieron e intentaron reclutarnos”.
En los varones se percibe una asociación negativa entre la pobreza y la experiencia con armas previa a la vinculación. Para las desmovilizadas manejar armas antes de entrar al conflicto no depende de la riqueza salvo en el estrato más favorecido, donde la proporción es sustancialmente mayor. Más de la mitad de las mujeres, y dos de cada tres de los hombres provenientes del quintil más alejado de la pobreza manejaban armas antes de ser reclutados.
El gancho monetario que usan los paras al enrolar adolescentes dista bastante de la situación dramática de alivio de la pobreza. El director de un proyecto educativo en varios municipios de los Llanos Orientales y del Magdalena Medio, en estrecho contacto con profesores, me cuenta el procedimiento de captura de niñas por los paracos. “Un bacán las contacta y les dice que el patrón les manda saludos; con los saludos o un poco después les llega un celular de regalo; después las llevan a comprar ropa y a comer un helado … a veces llega una lavadora o una nevera nuevas para la mamá”.
Para algunos el conflicto es como un ascenso a las grandes ligas. Un joven reclutado por el ex novio de la hermana cuenta cómo se volvió el sapo que transmitía recados del comandante a la gente del pueblo. “Un celular era nuestro medio de comunicación; él me daba una orden y yo nunca decía que no. Por dar una razón me ganaba entre 200.000 y 300.000 pesos. ¡Cómo me gustaba esa vida! Tenía plata rápida y contacto con las armas que antes eran hechas de palo”
jueves, 26 de julio de 2012
Niña, juguemos a la guerra
Liliana recuerda que una mañana al salir a comprar lo del desayuno “me encontré con un camión del que bajaron dos hombres armados y me dijeron simplemente: súbase. Eso fue todo”. Al día siguiente en el campamento comprendió que no era la única menor reclutada. Ahora, “éramos parte de la guerrilla de las Farc … Acababa de empezar mi pesadilla. Cinco días después el comandante del campamento me violó”.
Anne Phillips, periodista de Foreign Affairs cuenta la historia de Atena, maltratada con frecuencia por su hermano. Tras una golpiza se escapó de la casa y llegó a un pueblo en donde Paco, un amable viejito, se le acercó para ofrecerle protección y aventuras si lo acompañaba a una finca. A las dos semanas, Atena supo que no podría irse de allí aunque quisiera. En ese momento no le importó. Al fin y al cabo su mamá nunca la defendió de las muendas y nadie la había invitado a un helado como hicieron los guerrilleros que estaban en la finca. Eso sin hablar de la posibilidad de integrar una nueva familia que prometía igualdad de género.
Atena se demoró en hablarle a la periodista de sus actividades nocturnas en el campamento, específicamente de sus obligaciones sexuales. “La mayoría de las mujeres reclutadas, independientemente de su edad, se ven obligadas a atender a los guerrilleros, en un esfuerzo por mantener la moral de la tropa y evitar el riesgo de seguridad que implican las aventuras amorosas con civiles”.
El caso no es excepcional. Así lo sugieren los resultados de una investigación de la Fundación Ideas para la Paz (FIP) basada en una encuesta a ex combatientes y próxima a publicarse. Buena parte de las desmovilizadas se iniciaron sexualmente, siendo niñas, en el grupo armado. El 43% de las mujeres ingresaron vírgenes a la organización, y entre estas, una mayoría lo hicieron antes de los 13 años. El fenómeno es más notorio en la guerrilla que en los paramilitares. En el ELN, por ejemplo, el 63% de las mujeres eran vírgenes al vincularse, en las FARC el 55% y en las AUC el 14%.
Si el reclutamiento de infantes fuera siempre forzado, como el de Liliana, tal vez sería más fácil saber cómo reaccionar –con fuerza pública y fiscales- que ante una vinculación como la de Atena, que vio en el grupo armado un eventual refugio contra la violencia en su hogar. Refiriéndose al levantamiento de los nasa, Salud Hernández anota que “es la región donde más menores de edad reclutan las Farc, sobre todo niñas, debido al maltrato y abusos sexuales que sufren en sus familias”.
Tan sólo el 9% de las desmovilizadas señala como principal razón para haber entrado al grupo armado la fuerza o el engaño; un 23% lo hizo buscando poder o protección –de las cuales, en el campo, casi las dos terceras partes huían de la violencia en sus hogares- y el 17% por puro gusto: por las armas, porque pensaron que sería una aventura, por tener conocidos en el grupo o por amor y amistad.
No siempre el encargado de pescar las menores que se han volado de la casa es un anciano querido como Paco. Parece haber procedimientos más generalizados y sistemáticos de seducción. Varios datos de la misma encuesta apuntan en esa dirección. El abandono escolar, un factor determinante de ingreso a un grupo armado, difiere entre hombres y mujeres ex combatientes. Mientras la mayoría de los varones señalan que dejaron de estudiar por razones económicas, las mujeres aducen menos esa razón. Casi tan importante (22%) es la mención que dejaron la escuela para ingresar directamente a un grupo armado, un tránsito automático que reporta tan sólo el 6% de los varones.
Una de cada tres desmovilizadas aprendió a usar armas antes de hacer parte del grupo ilegal. Las campesinas, en promedio, supieron disparar dos años antes que los varones. Y mientras para buena parte de ellos el inicio fue el servicio militar, la mitad de las mujeres de origen rural empuñó un arma por primera vez de la mano de un guerrillero. El gancho en las montañas de Colombia parece ser jugar a la guerra.