Según monseñor Juan Vicente Córdoba, “no sabemos si María Magdalena era lesbiana, pero parece que no porque bastantes pasaron por sus piernas”.
Así adornó hace unos días el obispo de Fontibón su apreciación de que la homosexualidad no es pecado y su respaldo al matrimonio igualitario. “Yo les digo hermanos homosexuales y lesbianas: cuando se casen tengan hogares bonitos”. Mencionando a Magdalena y pidiendo que esas familias “tengan lo que nosotros llamamos la fidelidad”, puso el foco en un punto tercamente silenciado por los gays: la promiscuidad.
Con el papa Francisco, algunos prelados se volvieron incómodos interlocutores del activismo LGBT pues dejan sin piso el discurso del odio a las diferencias. Monseñor Córdoba ratificó el principio que más ha contribuido al avance de los derechos de las minorías sexuales -“nadie escoge ser homosexual”- y aceptó que “ninguno de nosotros tiene la verdad”. Empeñados en ver el asunto como un silogismo jurídico, los activistas ya son más dogmáticos que los conservadores. Si se empieza a escarbar la cantera de escritos cristianos sobre amor y sexo, su desventaja en conocimiento será cada vez mayor. La Iglesia sabe más de homosexualidad que cualquier institución, sin haber hecho público lo conocido y sin haber analizado sus fuentes bajo ese prisma.
La alusión a la Magdalena fue oportuna. Es la mejor conocida de las prostitutas convertidas, más pertinentes y realistas que la esclava sexual del discurso feminista. Entre ellas hay despechadas, promiscuas que no cobran, abusadas, confundidas e iniciadas en el oficio por un romance o una violenta seducción. Con sólo verla, el obispo Nonno quedó enamorado de Pelagia: “deberíamos volvernos pupilos de esa mujer lasciva”. También conocida como Marganito, se convirtió en el monje Pelagios y no se supo si era mujer, trans o eunuco hasta su muerte.
María Magdalena era de familia noble y se casó con Juan Evangelista. En honor de ellos se celebraron las bodas de Caná y en ese ágape el novio decidió abandonarla para seguir a Jesús. Despechada y resentida, "se volvió una prostituta común". Si, como sugirió monseñor Córdoba, algunos apóstoles pudieron ser gays, ese rompimiento fue una salida del armario in extremis con el consecuente desenfreno carnal de la damnificada, que bien pudo incluir mujeres.
La literatura cristiana sobre prostitutas es interesante no solo por el contenido sino por su auditorio inicial. Los lectores eran atormentados religiosos que luchaban en los monasterios por mantener sus votos de castidad. En esa curiosa mezcla de erotismo con manual de superación, casi siempre había un monje que, haciéndose pasar por cliente, averiguaba morbosamente el pasado de la pecadora para salvarla. No es la única minoría sexual sobre la cual debe haber testimonios detallados.
Los ataques iniciales del cristianismo a los homosexuales fueron parte de una campaña contra la promiscuidad de los poderosos con hombres y mujeres jóvenes. Dos condenados a muerte por homosexualidad bajo Justiniano en el año 521 eran obispos. Ese emperador, casado con la antigua prostituta Teodora, cerró burdeles y persiguió el comercio venal. La pederastia, cuya condena dependía del testimonio de un esclavo o sirviente, acabó siendo utilizada para hundir enemigos políticos. Pero originalmente se consideró que los adolescentes, iniciados en prácticas homosexuales con adultos desde los diez años, debían ser protegidos. Juan Crisóstomo recomendó confiar su educación a los monjes, pensando ingenuamente que así erradicaría los abusos. Basilio de Nisa ordenó para los religiosos responsables de "comportamientos inadecuados" las mismas penas de los adúlteros. Siendo faltas equivalentes, igual castigo recibían las prostitutas que enfrentaban una dura competencia: "las visitan con tan poca vergüenza como frecuentan a otros jóvenes... Podemos temer que las mujeres se volverán inútiles si en todos sus oficios son reemplazadas por hombres jóvenes" anotaba Crisóstomo. Sólo varios siglos después la prostitución se consideró un mal menor que ayudaba a prevenir, entre otros pecados, la homosexualidad. Colin Spencer, historiador gay, anota que fue una élite minoritaria la que estigmatizó el amor homosexual adulto por razones misteriosas, hasta histéricas. El mismo San Agustín, promiscuo convertido en predicador acérrimo de la castidad, confesó su amor por un hombre.
Si el activismo gay algún día revisa escritos cristianos, en los que hay hasta matrimonios homosexuales, tendrá que abordar el espinoso tema de la promiscuidad. Con la Iglesia, el asunto no será complicado: Magdalena, Pelagia, Thais y muchas otras que se acostaban con cualquiera fueron asimiladas. Monseñor Córdoba retomó la recomendación milenaria de redimir la lujuria con el matrimonio. Pero enemigos de verdad, como el VIH, no condonan la irresponsabilidad y el desenfreno sexuales. Continúa.
REFERENCIAS
Burrus, Virginia (2004). The Sex Lives of Saints. An Erotics of Ancient Hagiography. University of Pennsylvania Press
Haskins, Susan (1993). Mary Magdalen. The Essential History. London: Pimlico
Rubio, Mauricio (2012). "Las Marías y sus seguidores". El Malpensante, Agosto
Rubio, Mauricio (2013). "La tradición cristiana de uniones homosexuales". El Espectador, Enero 23
Spencer, Colin (1995). Histoire de l'homosexualité. De l'antiquité à nos jours. Le Pré aux Clercs
Vanguardia.com (2015). "La homosexualidad no es pecado": monseñor Córdoba. Mayo 14
Ward, Benedicta (1987). Harlots of the Desert. A Study of Repentance in Early Monastic Sources. Kalamazoo, Michigan: Cistercian Publications
#ForoIgualdad - Colombia Diversa
Las Marías y sus seguidores
Publicada en El Malpensante, Edición 133, Agosto 2012
Como Valérie Thasso, María deja claro que estuvo enganchada a la promiscuidad. "Por cerca de diecisiete años viví como un fuego, pero en ningún momento fue por el dinero. Lo hice por nada. Yo vivía con mis padres, pero a los doce años me fui de la casa ... No perdí mi virginidad cobrando, siempre me negué a recibir lo que querían darme. Estuve con el mayor número de hombres que pude conseguir. Lo que yo hice, lo hice por un deseo insaciable. Para mí esa era la vida". Cuenta cómo, por pura curiosidad, se unió a un grupo de hombres que zarpaban en un barco. "Ví algunos jóvenes, unos diez, parados en el muelle, con cuerpos atractivos y pensé que era justo lo que yo quería. Como de costumbre, sin ninguna vergüenza, les dije 'llévenme a donde vayan, no dejaré de ser lo que soy por ustedes'. ¿Qué decir sobre lo que ocurrió en aquel barco? Llegué a convencer incluso a los que no querían. No hubo ningún tipo de perversión que no les enseñara".
Las citas son de una traducción de la Vida de Santa María de Egipto escrita por Sofronio, patriarca de Jerusalén. La historia se transmitió en los círculos monásticos desde el siglo VI. Al llegar a Jerusalén con los peregrinos embarcados en Alejandría, María continúa con la vida promiscua hasta su súbita conversión. Con un trozo de pan y unas monedas se va para el desierto en donde permanece muchos años hasta que un monje, Zosimas, la encuentra por casualidad, oye su historia y le da la comunión. Luego volverá para enterrarla.
Pelagia era una reconocida actriz de Antioquía. Un día pasa con sus acompañantes y su servidumbre, ataviada con lujosos ornamentos -y poco más que eso- frente a un grupo de monjes cristianos reunidos en un recinto abierto. Todos los religiosos evitan mirarla salvo el obispo Nono que no le quita los ojos de encima. "¿No los deleitó semejante belleza? A mí me dejó fascinado". Hace un paralelo entre la cortesana que invierte todo el tiempo en el cuidado de su apariencia para satisfacer a sus amantes y el tibio cristiano que dedica tan sólo unos minutos al día para que su alma luzca bien ante Cristo. "Deberíamos convertirnos en discípulos de esta mujer lasciva".
Días después la actriz llega a la iglesia en el momento del sermón de Nono. Queda tan seducida por sus palabras como él por su figura. El relato menciona el "delicado tema del amor que surge entre ambos". Ella le escribe y lo busca pues "existe la posibilidad de que sus manos puedan salvarme". Él, reconociendo su debilidad, le pide que no trate de tentarlo. De todas maneras se reúnen y él la bautiza. Una vez convertida, Pelagia le pide un atuendo de hombre y se escapa por la noche para el desierto sin que nadie más lo sepa. Años más tarde, cuando el diácono Santiago se dirige a Palestina, Nono le pide que visite a Pelagio, un ermitaño eunuco. Santiago llega a la celda del solitario cuando acaba de morir. Sólo en las preparaciones del entierro se da cuenta que el ermitaño venerado por su austeridad y sus oraciones era en realidad Pelagia.
Thais era una bella y rica prostituta, tan popular que sus amantes se peleaban por ella. Pafnucio, un patriarca de Egipto queda intrigado con su fama. Vestido de civil va a visitarla y le habla. Ella queda tan impresionada con sus palabras que quema todos sus vestidos y lo sigue al desierto en donde él la deja encerrada en un convento de clausura para dedicarse a la oración. Años más tarde, cuando el monje recibe la señal de que Thais ya ha sido perdonada va a su celda pero ella ya no quiere salir. Dos semanas después muere.
Se cree que Thais es la misma Paesia que al morir los padres convirtió su casa en hospicio. Con el tiempo los recursos se agotaron y empezó a enfrentar serias dificultades económicas. Algunos hombres se aprovecharon de su situación y la indujeron a la prostitución.
Abraham, otro asceta del desierto, crió a María su sobrina huérfana desde niña. A los veinte años un monje se enamora perdidamente de ella. Por varios meses le hace veladamente la corte hasta que logra entrar en su habitación. El turbado religioso se abalanza sobre ella y prácticamente la viola. Atormentada por su eventual responsabilidad en el incidente, María huye desesperada y se vuelve prostituta. Años más tarde, Abraham disfrazado de militar la saca del burdel y la convence de que vuelva al desierto en donde vive arrepentida hasta su muerte.
La más conocida de las prostitutas convertidas del cristianismo es María Magdalena. Según una de las versiones de su vida, se trata de la hija de una familia noble y rica que vivía en el castillo de Magdala. La menor de tres hermanos, María estaba prometida a San Juan evangelista. Era en su honor que se celebraban las bodas de Caná. En aquella ocasión, Juan deja a su novia para seguir a Jesús y ella, por puro resentimiento, se vuelve meretriz.
En la tradición cristiana la preocupación por las prostitutas ha sido algo más complejo que la condena de las conductas de algunas mujeres. Hay despechadas, promiscuas que ni siquiera cobran, abusadas, confundidas. Se aborda el tema de los romances furtivos entre extraños o la faceta violenta de la seducción. Resulta paradójico, y revelador del oscurantismo contemporáneo, que en estas historias de hace dos milenios los caminos hacia la prostitución sean más sutiles e impredecibles que el trillado escenario de la miseria y la esclavitud al que se intenta actualmente reducir uno de los fenómenos más complejos e intrigantes de cualquier época. Pero más interesante aún que esta visión universal, atemporal y heterogénea del sexo venal es el auditorio al que iban dirigidos los relatos cristianos, que son una extraña mezcla de biografía, literatura erótica y manual de auto ayuda. Los lectores de las historias de las Marías eran los monjes, los mismos ascetas que, con frecuencia disfrazados de clientes, buscaban redimir a las mujeres que ofrecían su cuerpo.
Las Marías, Pelagia y Thais son parte sustancial de una literatura monástica que desde el siglo cuarto fue contada, repetida y adaptada fundamentalmente para los monasterios. La elección de la castidad como sistema de vida fue lo que dio origen a estas historias que, según Benedicta Ward, una recopiladora, reflejan dos hechos fundamentales. El primero es el reconocimiento de la fuerza del deseo sexual en la experiencia humana. El segundo es la conciencia de que ese deseo juega un papel central tanto en la pareja como en la vida célibe con votos de castidad, y que debe ser domesticado. Es factible que un monje mantenga la castidad controlando sus impulsos, pero se requiere un enorme esfuerzo. La virginidad, dice esta tradición, se restaura con lágrimas.
En la actualidad el interés y la curiosidad por la prostitución casi desaparecieron. En una época en la que la política pública depende supuestamente del conocimiento detallado, sistemático y científico, en el tema del comercio sexual es prácticamente imposible encontrar el afán por entender e informarse que mostró el monje Zosimas ante el relato de María de Egipto. “No me ocultes nada de tu vida, cuéntamelo todo … Habla, no interrumpas el ritmo de una narración tan benéfica”.
A diferencia de los ascetas que, con morbo de confesor, se esforzaban por conocer todos los detalles de la vida de las prostitutas que buscaban convertir, hoy por hoy la función redentora la asumieron personas iluminadas a quienes poco les interesan las visicitudes de una actividad de la cual están logrando extirpar hasta su médula, las relaciones sexuales.