Charla mujer-funcionaria transcrita de:
Copia de la tesis de Alejandro OrdoñezAlbarracín, Mauricio (2013) "El manuscrito de juventud del Procurador". La Silla Vacía, Octubre 10
Laura Gil renunció a Blu Radio porque al parecer su jefe y un colega no la soportaban. Inmediatamente surgieron acusaciones de sexismo, acoso y misoginia.
La reacción de sumarla al paquete de víctimas de la violencia de género no tardó. Una conocida feminista comparó su situación con la de Pili, joven wayuu que en una película es encerrada durante doce lunas para el ritual de paso de niña a mujer. Menciona amenazas, azotes, bofetadas, lapidaciones, infibulación, escisión del clítoris y feminicido para concluír que “tanto en Laura Gil como en Pili está representada la eterna historia del encierro y silenciamiento de las mujeres”.
Si tal menjurje entre el percance laboral de una comentarista radial y las tradiciones de sometimiento femenino en un grupo indígena se propone sin sonrojo, cuando el suceso se relaciona con el deseo masculino la consigna es simple: sumar lo que se pueda bajo el rubro de violencia sexual.
Para inflar el número de víctimas, las feministas norteamericanas empezaron magnificando el riesgo de violación. “Cada vez que un hombre se dirige a una mujer en la calle, ella debe contemplar la posibilidad de que la puedan violar" sentencia una de ellas en el Harvard Law Review en 1993. El activsimo funcionó y la amalgama se extendió. En el 2003 la Organización Mundial de la Salud incluyó en su definición de violencia sexual “los comentarios o insinuaciones sexuales no deseados”. El piropo se convirtió en “acoso sexual callejero” y actualmente un movimiento mundial busca incluírlo en los códigos penales.
Recientemente, una encuesta sobre violencia sexual en zonas de conflicto contempla como ataque la “regulación de la vida social”, por ejemplo que el comandante paramilitar prohíba usar minifalda. Así, sumando peras con manzanas, se llega a un total de 490 mil víctimas de las cuales 176 mil fueron acosadas sexualmente y a 327 mil les reglamentaron la rutina. El dato aterrador con el porcentaje de mujeres víctimas de violencia sexual (17.6%) –que quintuplica el de las violaciones- queda listo para los titulares de prensa.
Un informe del Grupo de Memoria Histórica considera violencia sexual la organización de una pelea de boxeo entre gays y califica un reinado de belleza de “violento evento”.
Mezclar indiscriminadamente mujeres afectadas por incidentes de cualquier gravedad es un irrespeto: se banalizan las víctimas de violación, o aborto forzado. Además, al oscurecer el diagnóstico, el revuelto es contraproducente y dificulta la prevención de los ataques. Es tan pertinente como la renuncia de Laura Gil para entender las costumbres wayuu.
Delia y Begoña, hermanas gemelas de las Islas Canarias, fueron separadas accidentalmente al nacer en 1973.
Beatriz, otra niña nacida días antes en el mismo hospital, acabó reemplazando a Delia para ser criada como melliza con Begoña. La otra gemela creció en una familia con la que no tenía ningún vínculo biológico. La confusión duró hasta el 2001 cuando una amiga de Delia conoció por casualidad a Begoña y promovió el encuentro de esas dos “gotas de agua”. Ahí se dieron cuenta de todas sus similitudes. En la familia de Delia finalmente entendieron por qué ella era tan rara.
Los gemelos criados en familias diferentes son un buen experimento natural para calibrar la influencia de lo heredado y lo aprendido en la personalidad y el comportamiento. Los falsos mellizos son el reverso de la medalla: comparten el entorno que los cree hermanos pero no la genética.
La investigación con este tipo tan inusual de personas ha contribuído a destacar la importancia de los factores genéticos y a matizar el papel exclusivo del entorno y la educación. La similutud es casi total en los rasgos físicos y en algunos gestos. Beatriz quedó impresionada con el color que usaba Delia para pintarse los labios y la manera de hacerlo, como su madre y Begoña. Los gemelos separados también se asemejan en inteligencia, personalidad, actitudes sociales y preferencias laborales. Al reencontrarse sienten gran cercanía y afinidad. “Delia y yo compartimos la misma opinión en muchos temas. Cuando le hablo sé lo que me va a responder” cuenta Begoña, que frenó la relación con su gemela básicamente para no herir a Beatriz.
No siempre la simpatía es total. Así lo muestra el caso de Jack Yufe y Oskar Stohr, gemelos nacidos en Trinidad en 1933 y separados desde los seis meses tras el divorcio de sus padres. Jack se quedó en su país y fue criado como judío. Oskar viajó a Alemania con su madre para ser educado como católico y nazi. Ambos sabían que tenían un hermano gemelo y se comunicaban por carta con mucho afecto. Cuando se reencontraron en 1954 ninguno pudo soportar las ideas políticas del otro. La incompatibilidad fue tal que rompieron relaciones hasta 1980 cuando Jack supo de un estudio de la Universidad de Minnesota sobre gemelos separados e invitó a Oskar a participar. Empezaron entonces una relación de amor y odio. Lo que más los atormentaba era saber que, de haber sido criados en el lugar del otro, habrían abrazado la ideología que tanto detestaban.
Vera Grabe del M-19 fue víctima de violencia sexual en el conflicto colombiano.
En sus memorias cuenta cómo, con cuatro meses de embarazo y deseando con todas las fuerzas llevarlo a término, fue obligada a abortar por Jaime Bateman Cayón. De nada sirvió liberarlo de cualquier responsabilidad en la crianza, ni viajar a México. Por teléfono, a larga distancia, el tenaz comandante la convenció. “Radicalmente contra mi voluntad, acabé por aceptar su decisión. No era la mía … usted no cedió, y yo cedí”.
En su libro sobre Pablo Escobar, Alonso Salazar relata otro incidente de embarazo no deseado por el padre. Una de sus novias ocasionales quedó embarazada. Pensaba viajar al exterior a tener el hijo pero Escobar la llevó a su hacienda para hacerla desistir. Ella se empecinó y él ordenó interrumpir el embarazo a las malas. “Pinina, la Yuca, Arcángel y un médico … la tomaron a la fuerza, la inyectaron y dopada la llevaron al puesto sanitario de la hacienda”.
En cualquier encuesta con la pregunta “¿alguna vez ha sido obligada a abortar?” saldrían registrados ambos casos como positivos. Los embarazos eran incómodos para ellos por lo extra maritales, pero las circunstancias de uno y otro son bien distintas: está de por medio la diferencia entre persuadir y forzar, clave en materia sexual.
De acuerdo con mujeres reinsertadas, el aborto obligado es una de las manifestaciones generalizadas y sistemáticas de la violencia sexual en el conflicto. Algunos estimativos alcanzan la impresionante cifra de mil al año. Hay evidencia de que, al menos en la guerrilla, existe una política de interrupción de los embarazos que viene desde la cúpula: “es mejor no engendrar, porque toca eliminar”.
Sería conveniente establecer si las interrupciones no voluntarias han sido “a la Bateman” o “a la Escobar”. Existen testimonios desde el suministro de misoprostol hasta legrados a la fuerza, pero parece haber más amenazas y castigos que persuasión.
Según el Código Penal Colombiano, el Patrón y sus hombres, que causaron el aborto “sin el consentimiento de la mujer”, deberían pagar hasta cinco años de prisión. La insistencia del comandante Bateman, por el contrario, no le traería problemas adicionales con la justicia. Vera Grabe sí los tendría pues el mismo código todavía contempla penas de prisión para las mujeres persuadidas por su compañero de abortar, algo que ocurre no sólo en los grupos armados. Esos casos tampoco están cobijados por la famosa sentencia de la Corte Constitucional.